Si, no hace mucho, en septiembre comenzábamos nuevo curso. El verano era el colofón. Las giras veraniegas eran la guinda a un curso comenzado un año atrás. Los nuevos discos, editados para la campaña navideña, eran soporte de preparación de giras que, hacia la primavera comenzaban su andadura y prolongaban su rosario de actuaciones hasta las postrimerías de cada verano, cuando, unos, daban por concluida su temporada y otros, pensaban en América, siempre agradecida con nuestros artistas reconocidos.
Ahora no. Ahora el verano no es colofón de nada. Ahora son tres meses más en el calendario. Simplemente; después de julio viene agosto, a continuación septiembre… Estamos obligados a continuar rodando, a girar como esas correas sin fin que no se detienen por nada. Nuestra supervivencia está en manos de esas transmisiones que enlazan una hora con la siguiente, una jornada con la venidera y un año con otro año.
Nos estamos inventando unos circuitos que, si bien siempre hemos añorado para artistas emergentes, ahora surgen para dar cabida a esa demanda obligada. A esa necesidad de complementar unos ingresos mermados por imperativo de unas corporaciones que nos toman y nos dejan según sopla su viento presupuestario. Programar artistas es un juego diabólico que representa para esas corporaciones un status ante sus votantes y ante las vecinas localidades. No suponen ellos la industria que representa y menos el daño ocasionado ante su volatilidad.
No hay mal que por bien no venga, reza el dicho popular. Y es verdad. Los momentos difíciles nos abren nuevas expectativas. Los escollos desembocan en alisados caminos. Las dificultades nos hacen fuertes. Los inconvenientes nos procuran fuerza para nuevos retos. Seguro. Aprender a depender de nosotros y de nuestra profesionalidad es un patrimonio incuestionable. Acomodar nuestro negocio a nuevas dimensiones imperadas por la situación nos debe servir de lección y hacer madurar nuestro meridiano empresarial.
Ahora toca definir quién es quién. Toca seleccionar. Solo los más fuertes pueden vadear este río. Es ley de vida. También la corriente nos puede ayudar. Nada está perdido. Estamos preparados, al menos la inmensa mayoría, para franquear dificultades. Cuando estemos en la otra orilla encontraremos, seguramente, nuestro querido sector retrocedido diez años. Otra vez desfasados de sus inventores. Otra vez vuelta a empezar. Es igual. Volveremos a acercarnos a ellos. Nos costará el doble, pero no tenemos opción.
Habíamos creído tocar el cielo. Nos veíamos cerca de nuestros precursores. ¿Un espejismo? No. Hemos sabido aprender. Sobre todo aprender. Esa es la selección natural. El conocimiento nos dispone hacia caminos menos angostos. También ese conocimiento nos permitirá avanzar en su momento a pasos que no imaginábamos antes. Solo cabe creer en nuestra fuerza. Claro que encontraremos soluciones y modos de afianzarnos. Como todos. A fuerza de tesón. De usar la inteligencia y los conocimientos. Así.
En todo caso, septiembre no puede dejar de ser portavoz de nuevas ilusiones. Sus vientos serranos cargan con ellas como los sherpas del Himalaya lo hacen con los ajuares de los conquistadores de los "ochomiles". Seguro que podemos sentir el vértigo de esos nuevos aires como cualquier mortal, pero son buenos. Son limpios y llenan nuestra profundidad de límpidas partículas oxigenadas. Nos purifican y purifican nuestro proceder. Nos hacen continuar aunque no sean principio de nada.
La Junta Directiva de A.R.T.E.
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