Salvo quienes fueron niños durante la posguerra nadie recuerda una situación económica más grave que la que desde hace dos años nos golpea con una violencia inusitada. He preguntado a los más viejos de la profesión, Joaquín de la Muela y Agustín Lozano, y ninguno ha vivido complicaciones laborales como las actuales. Son dos veteranos que aman un oficio, el de representante artístico, al que han dedicado toda su vida, y los dos, con más años de los que hacen falta para poder jubilarse, han optado, finalmente, por tirar la toalla, pese al amor que siguen sintiendo por su profesión.
En el mundo del espectáculo se han juntado varios factores extra que han complicado la situación más allá de la media del país. Aquí se está viviendo, añadido a la crisis global, un fenómeno de reconversión que nadie ha regulado. Una reconversión sobrevenida que ha llegado como un elefante entrando al galope en una cacharrería. Y ¡ay! del que se queje.
En realidad, no se trata de quejas, ni de peticiones. Lo único que necesitamos de verdad es que la intensa actividad gubernamental que se está llevando a cabo en las últimas semanas, sin que les tiemble el pulso, por cierto, llegue también a nuestro sector, al de la cultura y sus manifestaciones en directo.
Hemos oído al ministro Montoro amenazar con responsabilidades penales a los gestores de las comunidades autónomas que no se adecuen a los límites de gasto que les fija la todavía reciente reforma constitucional. Y está muy bien que se amenace con el peso de la ley a una casta que hasta ahora hacia y deshacía a su antojo sin que sus errores le salpicaran siquiera. Pero hace falta más: el mundo de la cultura necesita mucho más control, sobre todo en los municipios, auténticos agujeros negros del impago y el despilfarro. Tan importante como la Ley de Estabilidad Presupuestaria y la reforma del mercado laboral es la Ley de Morosidad que obliga a las administraciones públicas a liquidar sus deudas en un plazo no superior a los 30 días. Lo malo es que hay un calendario transitorio de aplicación hasta el 31 de diciembre de 2012, así que sería interesante que se buscaran mecanismos para poder agilizar pagos que, en algunos casos, llevan hasta años de retraso.
Pero, en cualquier caso, es también preciso que el ministro Wert, a quien tuvo ocasión de saludar el presidente de ARTE, Emilio Santamaría, en la toma de posesión de José María Lassalle como secretario de estado de cultura, inicie cuanto antes una ronda de encuentros con los presidentes de las principales asociaciones nacionales de los distintos sectores que conforman el mundo de la cultura para que escuche de sus propios labios las posibles soluciones que el sector ha estudiado y demanda en justicia.
Peor que los impagos es la incertidumbre, el anquilosamiento que está atenazando al mundo de la música, el teatro y la danza, que son los que en la empresa editora de ESCENARIOS (y EL ESPECTÁCULO TEATRAL) conocemos. Por eso es preciso que el ministro conozca la dramática situación que viven estos sectores y los caminos de futuro que vislumbran. Sin dejar de lado a sus asesores, las asociaciones profesionales tienen también mucho que decir. Y, en ocasiones, con más conocimiento de causa.
Jesús Rodríguez Lenin
Editor